Todos
los ríos van a dar en la mar, como escribía Jorge Manrique, pero no
todos lo hacen del mismo modo. Algunos pasan desapercibidos, pero
otros arrastran tantos sedimentos que forman deltas, unas lenguas de
tierra que se adentran en el agua y que suelen estar formadas por
terrenos muy propicios para la agricultura y para la pesca. Por ello,
al igual que la población se concentra en ellos para explotar los
recursos, la naturaleza alcanza allí altas cotas de diversidad y de
riqueza. Por desgracia, estar en esa zona también supone estar
expuesto al embate de las olas y a los caprichos de las corrientes.
El cambio climático puede empeorarlo todo. Desde el Ganges al
Amazonas, los fenómenos meteorológicos extremos pueden aunar sus
fuerzas con la subida del nivel del mar para arrasar los deltas. En
este sentido, un estudio publicado ayer en la revista «Science»
analiza cómo afectará el cambio climático a 48 de estas franjas de
tierra en todo el mundo, en las que se concentra una población de
340 millones de personas. Los investigadores concluyen que ni
siquiera los países desarrollados estarán a salvo si no se cambian
las políticas en estas zonas. En España, calculan que a largo plazo
la probabilidad de que el delta del Ebro sufra fenómenos dañinos
como riadas, mareas y fuertes olas,se multiplicará por 1,5 o cuatro
veces. «Los diques y muros de contención protegen a la gente y
disminuyen el riesgo de inundación, pero a largo plazo no
solucionarán el problema», explica a ABC Zachary Tessler, el
director del estudio e investigador en la Universidad de Nueva York.
Según dice, el problema es que a la vez que el nivel del mar sube,
el nivel de la tierra de los deltas baja por acción del hombre. Esto
ocurre porque los habitantes de estas zonas canalizan el agua y
disminuyen el flujo de las corrientes y por ello la cantidad de los
sedimentos que transportan, con lo que es más difícil que compensen
lo que el mar arrastra. Por ello, considera que será necesario
aplicar nuevas políticas para que los ríos sigan llegando al mar
con fuerza: «las posibles soluciones son abrir algunas presas,
romper algunos diques y disminuir la extracción de petróleo o gas
en el terreno». Por
su parte, Gabriel Jordá, un físico del CSIC que estudia el cambio
climático y el aumento del nivel del Mediterráneo, añade: «Es el
momento de pensar en las soluciones, porque cada vez habrá que
defenderse de amenazas más peligrosas e impredecibles». Tal como
explica: «Varios artículos consideran que cada vezserá más
costoso hacer inversiones para contrarrestar la meteorologíay la
subida del nivel del mar. Por eso los autores de este trabajo
consideran que varios deltas del primer mundo (como el de Rín o el
del Misisipi) estarán casi tan amenazados como hoy lo están los de
algunos países subdesarrollados». Los autores llegaron a esta
conclusión después de estudiar la dinámica de los deltas y la
riqueza y el historial meteorológico de los países. En el Ebro,
Jordá enumera las posibles consecuencias de que no se adopten
medidas: «Aunque el nivel del Mediterráneo solo suba 80 centímetros
de aquí a final de siglo, el delta perderá perímetro, los
ecosistemas sufrirán daños y los cultivos de arroz se salarán».
Además, el litoral también tendrá que adaptarse a una «nueva
era»: «A mitad de siglo, la subida del nivel del mar acabará con
la mitad de la superficie de las playas de Baleares».
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